El fin de la Movida

«El Gobierno está acabando con la Movida –me cuenta el principal empresario de discotecas–, no han considerado la noche de Madrid atracción turística y no podremos aguantar el 24% de IVA». Después de que Madrid, con su cielo delgado, fuera una ciudad de mendigos de capa y espada, de lisiados de las batallas de Flandes, de ciego y pícaros, una ciudad con huertos («Mi casilla, mi quietud, mi huertecillo», escribe Lope), llegaron las casas-colmena del desarrollismo, la arquitectura penal, sin imaginación, y la gente de la estampida del éxodo se escapó de casa y se escondió en la noche. Así nació el negocio de la Movida. Las dos industrias más importantes de Madrid eran la política y la noche.

Ahora la noche se arruina; el poder, una pandilla de gabellottis, cobra porcentajes a las empresas para pagar sobresueldos, ganar elecciones y para que el sastre de Correa les pase el jaboncillo por los huevos. Pero como Correa está en libertad vigilada, los ministros tienen que aprovechar sus viajes a China para encargar 10 trajes porque salen baratísimos y los tienen hechos en un día.

Todo lo que está ocurriendo tiene el estilo mafioso, aunque le falte el encanto del asesinato. Habrá que esperar a que llegue Eurovegas, patrocinado por la actual mayoría.

Los madrileños, españoles al cuadrado, gatos, escarabajos y piqueros, siguen bebiéndose la noche, pero el botellón se les dispara a los ninis; los guindillas les miden la gasolina para ver si han soplado; los vecinos los denuncian y ya no aguantan sus alaridos y sus meadas.

La Movida (soplar y trallar) fue la posmodernidad inventada por un viejo verde. El Viejo Profesor creía que Madrid era un continuo diálogo de contrarios a los que igualaba la marcha nocturna e hizo política municipal con la golfería socialdemócrata de los niños bien, los jueces curdas, los bollazos y calandrias que se sodomizaban y esnifaban en El Sol o en Rock-Ola.

El profesor de traje gris cruzado, con modales levíticos, no cometía otros excesos que dedicar a las lumis los viernes por la tarde, pero tuvo el acierto de impulsar la Movida. Raúl Morodo, que lo metió en política, cuenta que nunca fue masón a pesar de ser ateo. En aquel tiempo, como me recuerda Tamames, el Ayuntamiento era el club de la tortilla y se juntaban a cenar con Tierno los de la marcha, Yuri Dubini, embajador de la URSS, y Graham Greene. Le preguntaba Ramón al alcalde: «¿Esta noche no viene Greene? Tierno contestaba: «Está trasegando». Tal vez la Movida fue un invento del KGB, el MI6 y Tierno.

Al final, la Movida, como todas las contraculturas, y más la de la capital mundial de la picardía, terminó siendo una subvención del Estado.